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CUBA

St John Paul II was a pilgrim in 1998 to Cuba. Pope Benedict XVI followed in his footsteps in 2012 and Papa Francisco in 2015.

Michel-Angelo      

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Michel-Angelo gives his something about Maria in Spanish.

Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a Cuba
Audiencia general, Miércoles 4 de abril de 2012 - also in Croatian, English, French, German, Italian & Portuguese

"Queridos hermanos y hermanas:
... Al día siguiente comenzó la segunda parte de mi viaje apostólico con la llegada a Cuba, adonde fui ante todo para sostener la misión de la Iglesia católica, comprometida a anunciar con alegría el Evangelio, a pesar de la pobreza de medios y las dificultades que todavía quedan por superar, para que la religión pueda prestar su servicio espiritual y formativo en el ámbito público de la sociedad. Esto lo quise subrayar al llegar a Santiago de Cuba, segunda ciudad de la isla, sin dejar de evidenciar las buenas relaciones existentes entre el Estado y la Santa Sede, orientadas al servicio de la presencia viva y constructiva de la Iglesia local. Además, aseguré que el Papa lleva en el corazón las preocupaciones y las aspiraciones de todos los cubanos, especialmente de los que sufren por la limitación de la libertad.

La primera santa misa que tuve la alegría de celebrar en tierra cubana se situaba en el contexto del IV centenario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Se trató de un momento de fuerte intensidad espiritual, con la participación atenta y orante de miles de personas, signo de una Iglesia que viene de situaciones difíciles, pero con un testimonio vivo de caridad y de presencia activa en la vida de la gente. A los católicos cubanos que, junto a toda la población, esperan un futuro cada vez mejor, les dirigí una invitación a dar nuevo vigor a su fe y a contribuir, con la valentía del perdón y de la comprensión, a la construcción de una sociedad abierta y renovada, donde haya cada vez más espacio para Dios porque, cuando se excluye a Dios, el mundo se transforma en un lugar inhóspito para el hombre. Antes de dejar Santiago de Cuba me dirigí al santuario de Nuestra Señora de la Caridad en El Cobre, tan venerada por el pueblo cubano. La peregrinación de la imagen de la Virgen de la Caridad entre las familias de la isla suscitó gran entusiasmo espiritual, representando un significativo evento de nueva evangelización y una ocasión de redescubrimiento de la fe. A la Virgen santísima encomendé sobre todo a las personas que sufren y a los jóvenes cubanos.

La segunda etapa cubana fue La Habana, capital de la isla. Los jóvenes, en particular, fueron los principales protagonistas de la exuberante acogida en el itinerario hasta la nunciatura, donde tuve ocasión de reunirme con los obispos del país para hablar de los desafíos que la Iglesia cubana está llamada a afrontar, consciente de que la gente la mira con creciente confianza. Al día siguiente presidí la santa misa en la plaza principal de La Habana, abarrotada de gente. A todos recordé que Cuba y el mundo necesitan cambios, pero que estos cambios sólo se producirán si cada uno se abre a la verdad integral sobre el hombre, presupuesto imprescindible para alcanzar la libertad, y decide sembrar en su entorno reconciliación y fraternidad, fundando su vida en Jesucristo: únicamente él puede disipar las tinieblas del error, ayudándonos a derrotar el mal y todo lo que nos oprime. Asimismo, quise reafirmar que la Iglesia no pide privilegios; sólo pide poder proclamar y celebrar también públicamente la fe, llevando el mensaje de esperanza y de paz del Evangelio a todos los ambientes de la sociedad. Manifestando aprecio por los pasos dados hasta ahora en ese sentido por las autoridades cubanas, subrayé que es necesario proseguir en este camino de libertad religiosa cada vez más plena.

En el momento de dejar Cuba, decenas de miles de cubanos salieron a las calles para saludarme, a pesar de la fuerte lluvia. En la ceremonia de despedida recordé que en la actualidad los diversos componentes de la sociedad cubana están llamados a un esfuerzo de sincera colaboración y de diálogo paciente para el bien de la patria. En esta perspectiva, mi presencia en la isla, como testigo de Jesucristo, quiso ser un estímulo a abrir las puertas del corazón a él, que es fuente de esperanza y de fuerza para hacer que crezca el bien. Por esto, me despedí de los cubanos exhortándolos a reavivar la fe de sus padres y edificar un futuro cada vez mejor.

Este viaje a México y a Cuba, gracias a Dios, logró el anhelado éxito pastoral. Que el pueblo mexicano y el cubano obtengan de él abundantes frutos para construir en la comunión eclesial y con valentía evangélica un futuro de paz y de fraternidad.

Queridos amigos, mañana por la tarde, con la santa misa in cena Domini, entraremos en el Triduo pascual, culmen de todo el Año litúrgico, para celebrar el Misterio central de la fe: la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En el Evangelio de san Juan, este momento culminante de la misión de Jesús se llama su «hora», que se abre con la última Cena. El evangelista lo introduce así: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Toda la vida de Jesús está orientada a esta hora, caracterizada por dos aspectos que se iluminan recíprocamente: es la hora del «paso» (metabasis) y es la hora del «amor (agape) hasta el extremo». En efecto, es precisamente el amor divino, el Espíritu del que Jesús está colmado, el que hace «pasar» a Jesús mismo a través del abismo del mal y de la muerte, y lo hace salir al «espacio» nuevo de la resurrección. Es el agape, el amor, el que obra esta transformación, de modo que Jesús trasciende los límites de la condición humana marcada por el pecado y supera la barrera que mantiene prisionero al hombre, separado de Dios y de la vida eterna. Participando con fe en las celebraciones litúrgicas del Triduo pascual, se nos invita a vivir esta transformación obrada por el agape. Cada uno de nosotros ha sido amado por Jesús «hasta el extremo», es decir, hasta la entrega total de sí mismo en la cruz, cuando gritó: «Está cumplido» (Jn 19, 30). Dejémonos abrazar por este amor; dejémonos transformar, para que se realice de verdad en nosotros la resurrección. Os invito, por tanto, a vivir con intensidad el Triduo pascual y deseo a todos una santa Pascua. Gracias."

La reflexión del Papa Juan Pablo II acerca de su peregrinación a Cuba
General Audience, Wednesday 28 de Enero 1998 - in English, French, German, Italian, Portuguese & Spanish

1. He regresado anteayer de Cuba, donde, respondiendo a la invitación de los obispos y del mismo presidente de la República, he realizado una inolvidable visita pastoral. El Señor ha querido que el Papa visitara aquella tierra y llevase consuelo a la Iglesia que allí vive y anuncia el Evangelio. A él va, ante todo, mi agradecimiento, que se extiende también a todo el pueblo de Dios, del que, en los días pasados, he recibido un constante apoyo espiritual.

Dirijo unas palabras de agradecimiento en especial al señor presidente de la República de Cuba, doctor Fidel Castro Ruz, y a las demás autoridades, que han hecho posible esta peregrinación apostólica. Doy las gracias con gran afecto a los obispos de la isla, comenzando por el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, así como a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y a todos los fieles, que me han dispensado una acogida conmovedora.

En efecto, desde mi llegada he estado rodeado por una gran manifestación del pueblo, que ha asombrado incluso a cuantos, como yo, conocen el entusiasmo de la gente latinoamericana. Ha sido la expresión de una larga espera, un encuentro largo tiempo deseado por parte de un pueblo que, en cierto modo, se ha reconciliado en él con su propia historia y su propia vocación. La visita pastoral ha sido un gran evento de reconciliación espiritual, cultural y social, que sin duda producirá frutos positivos también en otros ámbitos.

En la gran plaza de la Revolución José Martí de La Habana, he visto un enorme cuadro que representaba a Cristo, con la leyenda «¡Jesucristo, en ti confío!». He dado gracias a Dios porque precisamente en aquella plaza dedicada a la «Revolución» ha hallado un lugar Aquel que trajo al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia, y le da la paz y la plenitud de la vida.

2. He ido a la tierra cubana, definida por Cristóbal Colón «la más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás», ante todo para rendir homenaje a aquella Iglesia y confirmarla en su camino. Es una Iglesia que ha atravesado momentos muy difíciles, pero ha perseverado en la fe, en la esperanza y en la caridad. He querido visitarla para compartir su profundo espíritu religioso, sus alegrías y sus sufrimientos; para dar impulso a su obra evangelizadora.

He ido como peregrino de paz para hacer resonar en medio de aquel noble pueblo el anuncio perenne de la Iglesia: Cristo es el Redentor del hombre y el Evangelio es la garantía del auténtico desarrollo de la sociedad.

La primera santa misa que tuve la alegría de celebrar en tierra cubana, en la ciudad de Santa Clara, fue una acción de gracias a Dios por el don de la familia, en unión ideal con el gran Encuentro mundial de las familias del pasado mes de octubre en Río de Janeiro. Quise hacerme solidario con las familias cubanas frente a los problemas que plantea la sociedad actual.

3. En Camagüey pude hablar a los jóvenes, consciente de que ser jóvenes católicos en Cuba ha sido y sigue siendo un reto. Su presencia dentro de la comunidad cristiana cubana es muy significativa por lo que concierne tanto a los grandes eventos como a la vida de cada día. Pienso con agradecimiento en los jóvenes catequistas, misioneros y agentes de la Cáritas y de otros proyectos sociales.

El encuentro con los jóvenes cubanos fue una inolvidable fiesta de la esperanza, durante la cual los exhorté a abrir el corazón y toda su existencia a Cristo, venciendo el relativismo moral y sus consecuencias. A ellos les renuevo la expresión de mi aliento y de todo mi afecto.

4. En la universidad de La Habana, en presencia también del presidente Fidel Castro, me reuní con los representantes del mundo de la cultura cubana. En el arco de cinco siglos, ésta ha experimentado diversas influencias: la hispánica, la africana, la de los diferentes grupos de inmigrantes y la propiamente americana. En los últimos decenios, ha influido en ella la ideología marxista materialista y atea. Sin embargo, en el fondo, su fisonomía, la llamada «cubanía», ha permanecido íntimamente marcada por la inspiración cristiana, como lo atestiguan los numerosos hombres de cultura católicos, presentes en toda su historia. Entre ellos destaca el siervo de Dios Félix Varela, sacerdote, cuya tumba se halla precisamente en el aula magna de la Universidad. El mensaje de estos «padres de la patria» es muy actual e indica el camino de la síntesis entre la fe y la cultura, el camino de la formación de conciencias libres y responsables, capaces de diálogo y, al mismo tiempo, de fidelidad a los valores fundamentales de la persona y de la sociedad.

5. En Santiago de Cuba, sede primada, mi visita fue, en su pleno sentido, una peregrinación: efectivamente, allí veneré a la patrona del pueblo cubano, la Virgen de la Caridad del Cobre. Constaté con alegría íntima y profunda cuánto aman los cubanos a la Madre de Dios, y que la Virgen de la Caridad representa verdaderamente, por encima de cualquier diferencia, el principal símbolo y apoyo de la fe del pueblo cubano y de sus luchas por la libertad. En este contexto de devoción popular, exhorté a encarnar el Evangelio, mensaje de auténtica liberación, en la vida de cada día, viviendo como cristianos plenamente insertados en la sociedad. Hace cien años, ante la Virgen de la Caridad se declaró la independencia del país. Con esta peregrinación le encomendé a todos los cubanos, tanto a los que se hallan en la patria como a los que están en el extranjero, para que formen una comunidad cada vez más vivificada por la auténtica libertad y realmente próspera y fraterna.

En el santuario de San Lázaro me reuní con el mundo del dolor, al que llevé la palabra consoladora de Cristo. En La Habana, finalmente, pude saludar también a una representación de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas y de los laicos comprometidos, a quienes alenté a entregar su vida generosamente al servicio del pueblo de Dios.

6. La divina Providencia quiso que, precisamente en el domingo en el que la liturgia proponía las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí (...). Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres» (Lc 4, 18), el Sucesor del apóstol Pedro pudiese realizar en la capital de Cuba, La Habana, una etapa histórica de la nueva evangelización. En efecto, tuve la alegría de anunciar a los cubanos el evangelio de la esperanza, mensaje de amor y de libertad en la verdad, que Cristo no cesa de ofrecer a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos.

¿Cómo no reconocer que esta visita adquiere un valor simbólico notable, a causa de la posición singular que Cuba ha ocupado en la historia mundial de este siglo? En esta perspectiva, mi peregrinación a Cuba —tan esperada y tan esmeradamente preparada— ha constituido un momento muy provechoso para dar a conocer la doctrina social de la Iglesia. En varias ocasiones quise subrayar que los elementos esenciales del magisterio eclesial sobre la persona y sobre la sociedad pertenecen también al patrimonio del pueblo cubano, que los ha recibido en herencia de los padres de la patria, los cuales los han extraído de las raíces evangélicas y han dado testimonio de ellos hasta el sacrificio. En cierto sentido, la visita del Papa ha venido a dar voz al alma cristiana del pueblo cubano. Estoy convencido de que esta alma cristiana constituye para los cubanos el tesoro más valioso y la garantía más segura de desarrollo integral bajo el signo de la auténtica libertad y de la paz.

Deseo de corazón que la Iglesia en Cuba pueda disponer cada vez más libremente de espacios adecuados para su misión.

7. Considero significativo que la gran celebración eucarística conclusiva en la plaza de la Revolución haya tenido lugar en el día de la Conversión de San Pablo, como para indicar que la conversión del gran Apóstol «es una profunda, continua y santa revolución, que vale para todos los tiempos». Toda auténtica renovación comienza por la conversión del corazón.

Encomiendo a la Virgen todas las aspiraciones del pueblo cubano y el esfuerzo de la Iglesia, que con valentía y perseverancia prosigue su misión al servicio del Evangelio.