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St John Paul II's 1st Apostolic Visit to the Dominican Republic

25th - 26th January 1979

Papa San Juan Pablo II was first a pilgrim to the Dominican Republic in 1979, on his first apostolic journey during which he also visited Mexico and the Bahamas. He returned to the Dominican Republic in 1984 & 1992.

After being welcomed at the airport on the Feast of the Conversion of St Paul, St John Paul II visited the Cathedral of the Annunciation and spoke to the Diplomatic Corps accredited to the Dominican Republic before celebrating Mass in Independence Square, Santo Domingo. On Friday 26th January, Papa Juan Pablo II celebrated Mass at the Cathedral of Santo Domingo before meeting residents in the "Barrio Los Minas"    and then leaving from Santo Domingo.

Discurso del Papa San Juan Pablo II a la Ceremonia de bienvenida
a la República Dominicana, Jueves 25 de enero de 1979 - in English, Italian, Portuguese & Spanish

"Señor Presidente, hermanos en el Episcopado, hermanos y hermanas:
Doy gracias a Dios, que me permite llegar a este pedazo de tierra americana, tierra amada de Colón, en la primera etapa de mi visita a un continente al que tantas veces ha volado mi pensamiento, lleno de estima y confianza, sobre todo en este período inicial de mi ministerio de Supremo Pastor de la Iglesia.

El anhelo del pasado se hace realidad con este encuentro, en el que con afecto entusiasta participan –y tantos otros lo habrán deseado– tan numerosos hijos de esta querida tierra dominicana, en cuyo nombre y en el suyo propio usted, señor Presidente, ha querido darme una cordial bienvenida con significativas y nobles palabras. A ellas correspondo con sentimientos de sincero aprecio y honda gratitud, testimonio del amor del Papa para con los hijos de esta hospitalaria nación.

Pero en las palabras escuchadas y en la acogida jubilosa que me tributa hoy el pueblo dominicano siento también la voz, lejana pero presente, de tantísimos otros hijos de todos los países de América Latina, que desde las tierras mexicanas hasta el extremo sur del continente se sienten unidos al Papa por vínculos singulares, que tocan los ámbitos más recónditos de su ser de hombres y de cristianos. A todos y a cada uno de estos países y a sus hijos, llegue el saludo más cordial, el homenaje de respeto y afecto del Papa, su admiración y aprecio por los estupendos valores de historia y cultura que guardan, el deseo de una vida individual, familiar y comunitaria de creciente bienestar humano, en un clima social de moralidad, de justicia para todos, de cultivo intenso de los bienes del espíritu.

Me trae a estas tierras un acontecimiento de grandísima importancia eclesial. Llego a un continente donde la Iglesia ha ido dejando huellas profundas, que penetran muy adentro en la historia y carácter de cada pueblo. Vengo a esta porción viva eclesial, la más numerosa, parte vital para el futuro de la Iglesia católica, que entre hermosas realizaciones no exentas de sombras, entre dificultades y sacrificios, da testimonio de Cristo y quiere hoy responder al reto del momento actual, proponiendo una luz de esperanza, para el aquí y para el más allá, a través de su obra de anuncio de la Buena Nueva, que se concreta en el Cristo Salvador, Hijo de Dios y Hermano mayor de los hombres.

El Papa quiere estar cercano a esta Iglesia evangelizadora para alentar su esfuerzo, para traerle nueva esperanza en su esperanza, para ayudarle a mejor discernir sus caminos, potenciando o modificando lo que convenga, para que sea cada vez más fiel a su misión: la recibida de Jesús, la de Pedro y sus Sucesores, la de los Apóstoles y los continuadores suyos.

Y puesto que la visita del Papa quiere ser una empresa de evangelización, he deseado llegar aquí siguiendo la ruta que, al momento del descubrimiento del continente, trazaron los primeros evangelizadores. Aquellos religiosos que vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas, a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre, Dios.

Es este un testimonio de reconocimiento que quiero tributar a los artífices de aquella admirable gesta evangelizadora, en esta misma tierra del Nuevo Mundo donde se plantó la primera cruz, se celebró la primera Misa, se recitó la primera Avemaría y de donde, entre diversas vicisitudes, partió la irradiación de la fe a les otras islas cercanas y de allí a la tierra firme.

Desde este evocador lugar del continente, tierra de férvido amor a la Virgen María y de ininterrumpida devoción al Sucesor de Pedro, el Papa quiere reservar su recuerdo y saludo más entrañable a los pobres, a los campesinos, a los enfermos y marginados, que sienten cercana a la Iglesia, que la aman, que siguen a Cristo aun en medio de obstáculos y que con admirable sentido humano ponen en práctica la solidaridad, la hospitalidad, la alegría honesta y esperanzada, a la que Dios prepara su premio.

Pensando en el mayor bien de estos pueblos buenos y generosos, abrigo la confianza de que los responsables, los católicos y hombres de buena voluntad de la República Dominicana y de toda América Latina comprometerán sus mejores energías, ensancharán las fronteras de su creatividad, para edificar un mundo más humano y a la vez más cristiano. Es el llamado que el Papa os hace en este primer encuentro en vuestra tierra."

Saludo del Papa Juan Pablo II al Episcopado y a los Fieles
Catedral de Santo Domingo, jueves 25 enero de 1979 - in English, Italian, Portuguese & Spanish

"Señor cardenal, hermanos en el Episcopado, amadísimos hijos:
Hace pocos momentos que he tenido la dicha de llegar a vuestro país, y ahora siento una nueva alegría al encontrarme con vosotros en esta catedral dedicada a la Anunciación – la catedral primada, situada al lado de la que fue la primera sede arzobispal en América – donde tantos habéis querido venir para ver al Papa.

Gracias, ante todo a usted, señor cardenal, por sus bondadosas palabras, que han llenado mi espíritu de satisfacción, de admiración y esperanza.

Deseo deciros que el Papa también anhela estar con vosotros, para conoceros y quereros más todavía. Mi única pena es no poder encontrar y hablar a cada uno en particular.

Pero aunque ello no es posible, sabed que ninguno queda fuera del afecto, fuera del recuerdo del Padre común, que aun estando lejos piensa en vosotros y ruega por vuestras intenciones.

Para que este encuentro sea más íntimo, hagamos un instante de oración y pidamos al Señor, por intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, cuya imagen está aquí presente, que os conceda ser siempre buenos hijos de la Iglesia, que crezcáis en la fe y sea la vuestra una vida digna de cristianos.

A vosotros, a vuestros connacionales y familiares, sobre todo a los enfermos y a los que sufren, os concedo muy gustoso mi bendición.

Y rezad también vosotros por el Papa."

Pape Saint Jean Paul II to the Diplomatic Corps
accredited to the Dominican Republic, Thursday 25 January 1979 - in English, Italian, Portuguese & Spanish

"Your Excellencies, Ladies and Gentlemen,
I would not like this short visit of mine to this country to pass without this meeting with you who, for many varied reasons, are due a token of special attention on the part of the Pope. You have wished to come to render your homage of respect and support as representatives of your respective countries, as wielders of authority at different levels in the Dominican nation, as persons bound to the Holy See by special ties, or as exponents of the cultural world.

I express my sincere gratitude to you all for your benevolent presence; as well as my deep appreciation of your respective functions. I wish you all success in your tasks which can, and must, have a clear orientation of service for the common good, for the cause of human society, for the welfare of civil society and, for many, also of the Church. Many thanks."

Pope St John Paul II's homily at Holy Mass with the Bishops
Independence Square, Santo Domingo 25 January 1979 - in English, French, Italian, Portuguese & Spanish

"Brothers in the Episcopate, Beloved Sons:
1. In this Eucharist in which we share the same faith in Christ, the Bishop of Rome and of the universal Church, present among you, gives you his greeting of peace: "Grace to you and peace from God the Father and our Lord Jesus Christ." (Gal 1:3.) I come to these American lands as a pilgrim of peace and hope, to take part in an ecclesial event of evangelization, urged in my turn by the words of the Apostle Paul: "If I preach the gospel, that gives me no ground for boasting. For necessity is laid upon me. Woe to me if I do not preach the gospel!" (1 Cor 9:16.)

The present period of the history of humanity calls for a renewed transmission of faith, to communicate to modern man the perennial message of Christ, adapted to his concrete conditions of life. This evangelization is a constant and an essential exigency of ecclesial dynamics. In his encyclical Evangelii Nuntiandi, Paul VI affirmed: "Evangelizing is in fact the grace and vocation proper to the Church, her deepest identity. She exists in order to evangelize..." (n 14) And the same Pontiff states that "as an evangelizer, Christ first of all proclaims a kingdom, the kingdom of God". "As the kernel and centre of his Good News, Christ proclaims salvation, this great gift which is, above all, liberation from everything that oppresses man but which is, above all, liberation from sin and the Evil One." (n 89)

2. The Church, faithful to her mission, continues to present to the men of every age, with the help of the Holy Spirit and under the Pope's guidance, the message of salvation of her divine Founder.

This Dominican land was once the first to receive, and then to give impetus to a grand enterprise of evangelization which deserves great admiration and gratitude. From the end of the fifteenth century, this beloved nation opens us to the faith of Jesus Christ; to this it has remained faithful up to the present. The Holy See, on its side, creates the first episcopal sees of America precisely in this island, and subsequently the archiepiscopal and primatial see of Santo Domingo. In a comparatively short period, the paths of faith crossed the Dominican land and the continent in all directions, laying the foundations of the heritage, become  life, that we contemplate today in what was called the New World. From the first moments of the discovery, there appears the concern of the Church to make the kingdom of God present in the heart of the new peoples, races, and cultures; in the first place, among your ancestors.

If we wish to express our well-deserved thanks to those who transplanted the seeds of faith, this tribute must be paid in the first place to the religious orders which distinguished themselves, even at the cost of offering their martyrs, in the task of evangelization: above all, the Dominicans, Franciscans, Augustinians, Mercedarians and then the Jesuits, who made the tender plant grow into a spreading tree. The fact is that the soil of America was prepared to receive the new Christian seeds by movements of spirituality of its own. Nor is it a question, moreover, of a spreading of the faith detached from the life of those for whom it was intended; although it must always keep its essential reference to God. Therefore the Church in this island was the first to demand justice and to promote the defence of human rights in the lands that were opening to evangelization.

Lessons of humanism, spirituality and effort to raise man's dignity, are taught to us by Antonio Montesinos, Córdoba, Bartolomé de las Casas, echoed also in other parts by Juan de Zumárraga, Motolinia, Vasco de Quiroga, José de Anchieta, Toribio de Mogrovejo, Nóbrega and so many others. They are men in whom pulsates concern for the weak, for the defenceless, for the natives; subjects worthy of all respect as persons and as bearers of the image of God, destined for a transcendent vocation. The first International Law has its origin here with Francisco de Vitoria.

3. The fact is that the proclamation of the Gospel and human advancement cannot be dissociated — this is the great lesson, valid also today. But for the Church, the former cannot be confused or exhausted, as some people claim, in the latter. That would be to close to man infinite spaces that God has opened to him. And it would be to distort the deep and complete meaning of evangelization, which is above all the proclamation of the Good News of Christ the Saviour. The Church, an expert in humanity, faithful to the signs of the times, and in obedience to the pressing call of the last Council, wishes to continue today her mission of faith and defence of human rights. She calls upon Christians to commit themselves to the construction of a more just, human and habitable world, which is not shut up within itself, but opens to God.

To construct this more just world means, among other things, making every effort in order that there will be no children without sufficient food, without education, without instruction; that there will be no young people without a suitable preparation; that, in order to live and to develop in a worthy way, there will be no peasants without land; that there will be no workers ill-treated or deprived of their rights; that there will be no systems that permit the exploitation of man by man or by the State; that there will be no corruption; that there will be no persons living in superabundance, while others through no fault of their own lack everything; that there will not be so many families badly formed, broken, disunited, receiving insufficient care; that there will be no injustice and inequality in the administration of justice; that there will be no one without the protection of the law, and that law will protect all alike; that force will not prevail over truth and law, but truth and law over force; and that economic or political matters will never prevail over human matters.

4. But do not be content with this more human world. Make a world that is explicitly more divine, more in accordance with God, ruled by faith, and in which this latter inspires the moral, religious and social progress of man. Do not lose sight of the vertical dimension of evangelization. It has strength to liberate man, since it is the revelation of love. The love of the Father for men, for one and all; a love revealed in Jesus Christ. "For God so loved the world that he gave his only son, that whoever believes in him should not perish but have eternal life." (Jn 3:16.) Jesus Christ manifested this love above all in his hidden life — "He has done all things well" (Mk 7:37) — and by proclaiming the Gospel; then, by his death and resurrection, the paschal mystery in which man meets with his definitive vocation to eternal life, to union with God. This is the eschatological dimension of love.

Beloved Sons: I conclude by exhorting you always to be worthy of the faith that you have received. Love Christ, love man through him, and live devotion to our beloved Mother in heaven, whom you invoke with the beautiful name of Our Lady de la Altagracia (of the High Grace) and to whom the Pope wishes to leave a diadem as a homage of devotion. May she help you to walk towards Christ, preserving and fully developing the seed planted by your first evangelizers. This is what the Pope hopes from all of you. From you, sons of Cuba, present here, from you sons of Jamaica, Curaçao and the Antilles, Haiti, Venezuela, and the United States. Above all, from you, sons of the Dominican land. Amen."

Homilía de San JPII en la Misa para el Clero, Religiosos y Seminaristas
Santo Domingo, Catedral, 26 de enero - in English, French, Italian, Portuguese & Spanish

"Amadísimos hermanos y hermanas:
Bendito sea el Señor que me ha traído aquí, a este suelo de la República Dominicana, donde venturosamente, para gloria y alabanza de Dios en este Nuevo Continente, amaneció también al día de la salvación. Y he querido venir a esta Catedral de Santo Domingo para estar entre vosotros, amadísimos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seminaristas, para manifestaros mi especial afecto a vosotros en los que el Papa y la Iglesia depositan sus mejores esperanzas, para que os sintáis más alegres en la fe, de modo que vuestro orgullo de ser lo que sois rebose por causa mía (cf Flp 1, 25).

Pero sobre todo quiero unirme a vosotros en la acción de gracias a Dios. Gracias por el crecimiento y celo de esta Iglesia, que tiene en su haber tantas y tan bellas iniciativas y que muestra tanta entrega en el servicio de Dios y de los hombres. Doy gracias con inmensa alegría –para decirlo con palabras del Apóstol– “por la parte que habéis tomado en anunciar la buena nueva desde el primer día hasta hoy; seguro además de una cosa: de que aquél que dio principio a la buena empresa, le irá dando remate hasta el día del Mesías, Jesús” (Flp 1, 33).

Me gustaría de verdad disponer de mucho tiempo para estar con vosotros, aprender vuestros nombres y escuchar de vuestros labios “lo que rebosa del corazón” (Mt 12, 34), lo que de maravilloso habéis experimentado en vuestro interior – “fecit mihi magna qui potens est”... (Lc 1, 49)–, habiendo sido fieles el encuentro con el Señor. Un encuentro de preferencia por su parte.

Es esto precisamente: el encuentro pascual con el Señor, lo que deseo proponer a vuestra reflexión para reavivar más vuestra fe y entusiasmo en esta Eucaristía; un encuentro personal, vivo, de ojos abiertos y corazón palpitante, con Cristo resucitado (cf. Lc 24, 30), el objetivo de vuestro amor y de toda vuestra vida.

Sucede a veces que nuestra sintonía de fe con Jesús permanece débil o se hace tenue –cosa que el pueblo fiel nota en seguida, contagiándose por ello de tristeza– porque lo llevamos dentro, sí, pero confundido a la vez con nuestras propensiones y razonamientos humanos (cf ib., 15) sin hacer brillar toda la grandiosa luz que El encierra para nosotros. En alguna ocasión hablamos quizá de El amparados en alguna premisa cambiante o en datos de sabor sociológico, político, psicológico, lingüístico, en vez de hacer derivar los criterios básicos de nuestra vida y actividad de un Evangelio vivido con integridad, con gozo, con la confianza y esperanza inmensas que encierra la cruz de Cristo.

Una cosa es clara, amadísimos hermanos: la fe en Cristo resucitado no es resultado de un saber técnico o fruto de un bagaje científico (cf. 1Co 1, 26). Lo que se nos pide es que anunciemos la muerte de Jesús y proclamemos su resurrección (S. Liturgia). Jesús vive. “Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte” (Act 2, 24). Lo que fue un trémulo murmullo entre los primeros testigos, se convirtió pronto en gozosa experiencia de la realidad de aquél “con el que hemos comido y bebido... después que resucitó de la muerte” (Act 10, 41-42). Sí, Cristo vive en la Iglesia, está en nosotros, portadores de esperanza e inmortalidad.

Si habéis encontrado pues a Cristo, ¡vivid a Cristo, vivid con Cristo! Y anunciadlo en primera persona, como auténticos testigos: “para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). He ahí también la verdadera liberación: proclamar a Jesús libre de ataduras, presente en unos hombres transformados, hechos nueva creatura. ¿Por qué nuestro testimonio resulta a veces vano? Porque presentamos a un Jesús sin toda la fuerza seductora que su Persona ofrece; sin hacer patentes las riquezas del ideal sublime que su seguimiento comporta; porque no siempre llegamos a mostrar una convicción hecha vida acerca del valor estupendo de nuestra entrega a la gran causa eclesial que servimos.

Hermanos y hermanas: Es preciso que los hombres vean en nosotros a los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1Co 4, 1), testigos creíbles de su presencia en el mundo. Pensemos frecuentemente que Dios no nos pide, al llamarnos, parte de nuestra persona, sino toda nuestra persona y energías vitales, para anunciar a los hombres la alegría y la paz de la nueva vida en Cristo y guiarlos a su encuentro. Para ello sea nuestro afán primero buscar al Señor, y una vez encontrado, comprobar dónde y cómo vive, quedándonos con El todo el día (cf. Jn 1, 39). Quedándonos con El de manera especial en la Eucaristía, donde Cristo se nos da, y en la oración, mediante la cual nos damos a El.

La Eucaristía ha de complementarse y prolongarse a través de la oración en nuestro quehacer cotidiano como un “sacrificio de alabanza” (Misal Romano, Plegaria Eucarística, I). En la oración, en el trato confiado con Dios nuestra Padre, discernimos mejor dónde está nuestra fuerza y dónde está nuestra debilidad, porque el Espíritu viene en nuestra ayuda (cf Rm 8, 26). El mismo Espíritu nos habla y nos va sumergiendo poco a poco en los misterios divinos, en los designios de amor a los hombres que Dios realiza mediante nuestra ofrenda a su servicio.

Lo mismo que Pablo durante una reunión en Tróade para partir el pan, seguiría hablando con vosotros hasta la medianoche (cf Act 20, 6ss). Tendría muchas cosas que deciros, y que no puedo hacer ahora. Entretanto os recomiendo que leáis atentamente lo que he dicho recientemente al clero, a los religiosos, religiosas y seminaristas en Roma. Ello alargará este encuentro, que continuará espiritualmente con otros semejantes en los próximos días. Que el Señor y nuestra dulce Madre, María Santísima, os acompañen siempre y llenen vuestra vida de un gran entusiasmo en el servicio de vuestra altísima vocación eclesial.

Vamos a continuar la Misa, poniendo en la mesa de las ofrendas nuestros anhelos de vivir la nueva vide, nuestras necesidades y nuestras súplicas, las necesidades y súplicas de la Iglesia y nación dominicana. Pongamos también de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla."

Discurso de Papa San Juan Pablo II a los Habitantes del Barrio 'Los Minas'     
Viernes 26 de enero de 1979 - in English, Italian, Portuguese & Spanish

"Amadísimos hijos del barrio “Los Minas”
Desde el primer momento de la preparación de mi viaje a vuestro país, he colocado en puesto prioritario una visita a este barrio, a fin de poder encontrarme con vosotros.

Y he querido venir aquí precisamente porque se trata de una zona pobre, para que tuvierais la oportunidad – diría por título más alto – de estar con el Papa. El ve en vosotros una presencia más viva del Señor, que sufre en los hermanos más necesitados, que sigue proclamando bienaventurados a los pobres de espíritu, a quienes padecen por la justicia y son puros de corazón, trabajan por la paz, son compasivos y mantienen la esperanza en el Cristo Salvador.

Pero al invitaros a cultivar esos valores espirituales y evangélicos, deseo haceros pensar en vuestra dignidad de hombres y de hijos de Dios. Quiero alentaros a ser ricos en humanidad, en amor a la familia, en solidaridad con los demás. A la vez, os animo a desarrollar cada vez más las posibilidades que tenéis de lograr una mayor dignificación humana y cristiana.

Mas no acaba aquí mi discurso. La vista de vuestra realidad debe hacer pensar a tantos en la acción que pueda ser llevada a cabo para remediar eficazmente vuestra condición.

En nombre de estos hermanos nuestros, pido a cuantos puedan hacerlo que les ayuden a vencer su actual situación, para que, sobre todo con una mejor educación, perfeccionen sus mentes y corazones, y sean artífices de su propia elevación y de una más proficua inserción en la sociedad.

Con esta urgente llamada a las conciencias, el Papa alienta vuestros deseos de superación y bendice con gran afecto a vosotros, a vuestros hijos y familiares, a todos los habitantes del barrio."

Despedida de San Juan Pablo II al Dejar la República Dominicana
Viernes 26 de enero de 1979 - in English, Italian, Portuguese & Spanish

"Señor Presidente:
Con hondo sentimiento por mi parte, llega el momento de tener que dejar esta querida tierra de la República Dominicana, donde la brevedad de mi permanencia se ha visto compensada con una gran abundancia de intensas vivencias religiosas y humanas.

He podido admirar algunas de las bellezas del país, de sus monumentos histórico-religiosos y sobre todo he podido constatar con profunda satisfacción el sentido religioso y humano de sus habitantes.

Son recuerdos imborrables que me acompañan y continuarán haciéndome presente las hermosas jornadas vividas en esta cuna del catolicismo en el Nuevo Mundo.

Gracias, Señor Presidente, por les innumerables atenciones que se me han prestado y por su presencia en este momento. Gracias a todo el querido pueblo dominicano por su entusiasta recibimiento, por sus constantes pruebas de amor al Papa y por su fidelidad a la fe cristiana."