Bookmark and Share

John Paul II's 1st Apostolic Journey to Uruguay

31st March - 1st April 1981

Pope Saint John Paul II was a pilgrim to Uruguay for the first time in 1981, at the beginning of his 33rd apostolic voyage on which he also visited Chile and Argentina. Our Holy Father returned to Uruguay in 1988.

Papa San Juan Pablo II's schedule included:
Tuesday 31st March - Arrival ceremony in Uruguay, a Meeting with priests & religious and a Commemoration of the agreements of Montevideo between Chile & Argentina
Wednesday 1st April - Holy Mass in Montevideo and Farewell ceremony from Uruguay.

If you were present with JPII during this pilgrimage, please do get in touch with Totus2us to share your testimony.

Discurso del Santo Padre Juan Pablo II en la Ceremonia de Bienvenida
Aeropuerto «Carrasco» de Montevideo, 31 March 1987 - also in Italian

"Señor Presidente, venerables hermanos en el Episcopado, Autoridades,
“Orientales” todos, hijos de Uruguay,:

1. Al dirigir mi primer saludo a toda la nación y a la Iglesia en Uruguay, quieto ante todo dar gracias a Dios por haberme concedido la dicha de emprender este viaje apostólico En su nombre os deseo: ¡Paz y prosperidad para toda la República Oriental del Uruguay!

Mi saludo va, en primer lugar, al Señor Presidente de la República. Las palabras que acaba de pronunciar en nombre del Gobierno de la nación y de todos los ciudadanos, son sin duda expresión del gozo que sienten los uruguayos por la presencia del Papa entre ellos y en su propia tierra.
Gracias, Señor Presidente, por esta amable acogida que me abre de par en par las puertas de este pueblo, bien conocido por su hospitalidad. He aceptado complacido su gentil invitación y la del Episcopado uruguayo a hacer esta visita que estrecha aún más los tradicionales lazos de esta noble nación con la Sede Apostólica y de manera primordial quiere sellar la comunión entre el Sucesor de Pedro y los Pastores y fieles de esta Iglesia que vive en Uruguay.

Saludo también a las demás autoridades aquí presentes, a los miembros del Gobierno y a cuantos personalmente se han prodigado para hacer realidad esta visita.

Mi abrazo fraterno a cada uno de mis amadísimos hermanos, los obispos de este país. Saludo también con afecto a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, seminaristas y laicos comprometidos en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Para todos vosotros, hombres y mujeres, niños y jóvenes, adultos y ancianos, mi saludo, mi afecto y mi bendición. El corazón del Papa se abre para acoger gozosamente, en el Señor, a todo el pueblo de Uruguay.

2. Uruguay es una nación del continente latinoamericano que se ha distinguido por su contribución en favor de la paz. Prueba de ello ha sido el apoyo que ha prestado para la superación del diferendo entre Argentina y Chile sobre la zona austral. Por eso, he considerado mi deber conmemorar en Montevideo el feliz resultado de la Mediación papal.

Vuestra patria se destaca por su decidido propósito en fomentar el progreso social, la participación de todos en el bien común y el esfuerzo unitario orientado a la promoción de la educación y de la cultura.

En vuestro país conviven en la concordia diversas opciones sociales y políticas, y grupos que profesan diferentes creencias religiosas; todo ello en un clima favorable de respeto y tolerancia.

Es bien conocido, y me es grato subrayarlo, que los uruguayos sois un pueblo de corazón, que sabe querer y valorar la amistad. Por eso, estoy seguro de que también vosotros sabréis entender mis palabras, palabras de amigo y de Padre, que a todos respeta y a todos quiere.

La historia de vuestro pueblo está profundamente hermanada con la historia de la proclamación y difusión del Evangelio en América. La fe cristiana ha dejado una huella imborrable en vuestra historia y en vuestra cultura, y no puede dejar de iluminar el presente y futuro de esta República Oriental del Uruguay.

3. El Evangelio de Cristo es mensaje de amor, de justicia, de libertad; garantía de la dignidad de la persona humana, fermento de una convivencia social pacífica y fraterna entre personas, grupos y pueblos. La Iglesia católica quiere ser en el mundo entero artífice de paz basada en la justicia, en el respeto y tutela de los legítimos derechos, particularmente de los más débiles y necesitados. También la Iglesia en Uruguay se esfuerza, con lealtad y con espíritu de servicio, por ser factor de unidad y armonía entre los ciudadanos, buscando siempre la elevación moral de los individuos y del orden social.

Con esta visita el Papa quiere también confirmar a todos los católicos en esta tarea de servicio del bien común, en su fidelidad al Evangelio de Cristo, para ser como el alma de la sociedad uruguaya, constructores de una civilización del amor, que lleve a la promoción integral del hombre y de la sociedad.

4. Como portador de un mensaje de vida y de esperanza, os invito a abrir a Cristo las puertas de vuestro corazón; especialmente a los jóvenes que son ya promesa del futuro y serán protagonistas de la historia de este pueblo en el tercer milenio que ya se aproxima, lleno de incógnitas y desafíos para la humanidad.

¡Cómo me gustaría disponer de más tiempo para conocer mejor vuestro país, encontrarme con sus gentes, conocer más de cerca vuestras inquietudes y aspiraciones! Será en otra oportunidad no lejana. Ojalá esta breve visita deje la huella de paz y de renovación espiritual que yo mismo he deseado al venir hasta vosotros.

Este deseo lo encomiendo, junto con vuestras intenciones, a la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay, invocando su protección maternal sobre todas vuestras familias y hogares.

¡Uruguay, el Papa te saluda y te bendice! ¡Acepta el mensaje de paz y de amistad del Sucesor de Pedro!

¡Gracias por vuestra acogida! Con afecto de amigo y con amor de Padre, a todos bendigo de corazón."

Encuentro del Papa San JPII con los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas
Catedral de Montevideo, Martes 31 de marzo de 1987 - also in Italian 

"Venerables hermanos en el Episcopado, queridísimos sacerdotes, religiosos, religiosas, personas consagradas,
diáconos y seminaristas, aquí presentes o unidos a nosotros en espíritu de comunión eclesial:

1. Muchas veces he pensado en vosotros, en vuestra labor evangelizadora y en el empeño que ponéis para hacer llegar el mensaje de Cristo a los hombres y mujeres de vuestro amado país. Al encontrarme hoy entre vosotros en esta catedral metropolitana de Montevideo, siento una honda alegría que quiete manifestarse en continua acción de gracias a Dios.

Me alegra sobremanera que, a pesar del poco tiempo que en esta ocasión voy a permanecer en vuestra patria, se haya programado este encuentro –y que realmente sea el primero– para haceros así partícipes de mi afecto y deciros personalmente cuánto aprecio vuestra generosa e insustituible, colaboración en la grandiosa tarea de la nueva evangelización de este país tan querido por el Papa, y que tantas esperanzas suscita en el conjunto de la Iglesia latinoamericana.

Por primera vez viene a visitaros el Sucesor de Pedro. Quiera el Señor que este momento de gracia tan señalado sea propicio para afianzaros en la fe y para vigorizar en vuestra conciencia los lazos de íntima comunión con la Sede Apostólica, con vuestros obispos y con tantos hermanos esparcidos por el mundo entero. Unidos fraternalmente con vosotros en el consolador misterio del Cuerpo místico de Cristo, aun sin conoceros, os aman y oran por vosotros, como vosotros lo hacéis por ellos. Fundamento visible de esta unidad es el ministerio de Pedro, querido por el mismo Cristo y sentido por vosotros y por tantos hijos de la Iglesia con quienes me encuentro a lo largo de mis viajes misioneros.

Deseo ahora agradecer muy cordialmente las palabras de bienvenida que Monseñor José Gottardi, arzobispo de Montevideo, acaba de dirigirme en nombre de la Conferencia Episcopal Uruguaya y de todos vosotros.

Me ha producido especial satisfacción saber que estáis empeñados en un particular esfuerzo evangelizador, para llevar adelante la Misión popular en todas y cada una de las diócesis del Uruguay, lo cual constituye tradicionalmente un medio insustituible para una renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana (Cathechesi tradendae, 47). Por eso os animo a preparar esta a Misión ” con todo entusiasmo, con generosidad y audacia evangélica, en un clima de perfecta unidad y comunión con vuestros obispos, para que, con la ayuda de Dios, logréis alcanzar los objetivos que, siguiendo el camino trazado por Puebla (Puebla, 165-339), os habéis propuesto, es decir, llevar capilarmente a todos los hombres y mujeres del Uruguay la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, como mensaje de salvación que transforma los corazones y la sociedad entera.

2. En nuestros oídos resuena siempre vivo el mandato del divino Maestro: "Id y enseñad a todas las gentes a observar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Conscientes de tan gran responsabilidad, habéis de sentir como propia la inquietud apostólica de San Pablo, cuando exclamaba: “¡Ay de mi si no evangelizare!” (1Cor. 9, 16). Y como recomienda el mismo Apóstol, habéis de predicar la palabra a "tiempo y a destiempo" (2Tm 4, 1-2) , plenamente convencidos de la fuerza inherente a la verdad que la Iglesia profesa desde hace dos mil años.

Toda acción evangelizadora se orienta, en consecuencia, a lograr que cada persona y cada comunidad se abran plenamente a la Palabra de Dios. "La fe, en su esencia más profunda, es apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo" (Dominum et Vivificantem, 51). La Iglesia os será infinitamente grata si no os cansáis de ayudar a los hermanos a recibir la Palabra divina tal como es: revelada e inspirada por Dios como iniciativa y don suyo, predicada por la Iglesia, celebrada en la liturgia y vivida por los Santos. Sólo así vuestras comunidades estarán en condiciones de "releer" de manera auténtica la Palabra ante los acontecimientos nuevos. “Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la Revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones” (Dei Verbum, 5).

Como toda Iglesia local, también la vuestra puede mostrar, con legítimo orgullo, elocuentes monumentos que, como en esta misma catedral, recuerdan la eficacia de esa fuerza y verdad evangélica en vuestra patria. Me estoy refiriendo, entre otros, a personas que, cual figuras luminosas se van agigantando con el correr de la historia: el primer vicario apostólico Dámaso Antonio Larrañaga, cuyo nombre ha tomado vuestra recientemente erigida Universidad Católica del Uruguay; vuestro primer obispo, el Siervo de Dios Monseñor Jacinto Vera, Pastor celoso y ejemplar; y ese gran pensador y maestro que fue Monseñor Mariano Soler, primer arzobispo de esta provincia eclesiástica. El ejemplo y la obra imperecedera de estos y tantos otros nombres insignes de la Iglesia en el Uruguay, no pueden quedar olvidados. Hoy más que nunca es necesario alzar la antorcha de la verdad evangélica para iluminar los pasos inciertos y sin esperanza de tantos hermanos nuestros que caminan a la deriva. El camino de la Iglesia es ese hombre, en cuyo corazón “el Espíritu Santo no deja de ser el custodio de la esperanza” (Dominum et Vivificantem, 67).

3. Sin embargo, no debemos olvidar que la fuerza eficaz y transformadora de la palabra revelada no dimana de la humana elocuencia con que viene proclamada, sino de la verdad inherente en ella misma, es decir, de su autenticidad como Palabra de Dios. Es el mismo Maestro quien, al transmitir el mensaje recibido del Padre, siente la necesidad de subrayar que actúa en plena fidelidad a su divina fuente: “La palabra que oís no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 24).

El mensaje evangélico no será auténtico y en consecuencia no será capaz de renovar en profundidad la vida cristiana, si no es proclamado en toda su pureza e integridad. Hay que superar pues la tentación de reducir el Evangelio a ciertos pasajes interpretados según los propios gustos y opiniones o de acuerdo a posturas ideológicas preconcebidas.

No os dejéis llevar por el desánimo ante un aparente fracaso en vuestro apostolado. Escuchemos, en cambio, la voz de Cristo que continúa diciéndonos, como a sus Apóstoles: “Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5, 4). Sí, como verdaderos Apóstoles, en momentos de zozobra levantamos nuestra mirada hacia el Señor para decirle: Confiamos en Ti, y en tu nombre seguiremos echando las redes; aun a costa de sacrificios e incomprensiones, hemos de proclamar sin temor alguno la verdad completa y auténtica sobre tu persona, sobre la Iglesia que Tú fundaste, sobre el hombre y sobre el mundo que Tú has redimido con tu sangre, sin reduccionismos ni ambigüedades.

No es pues en datos puramente sociológicos, sociológicos o políticos donde encontraremos los criterios de nuestra enseñanza y de nuestra conducta, sino en la fe, en la comunión de vida con Jesucristo y en la fidelidad plena a la doctrina de la Iglesia.

4. Pensad, queridos hermanos y hermanas, que, en caso de no aportar estas luces especificas, que sólo destellan desde el Evangelio, en poco o en nada os diferenciaríais de otros analistas y trabajadores sociales. Si vuestros oyentes observaran que vuestra mirada no va más allá de lo apreciable dentro de los horizontes profanos, se preguntarían asombrados dónde está y en qué se manifiesta la originalidad de vuestra presencia y de vuestro mensaje. Muchas veces, afortunadamente, el “sensus fidei” presente en el Pueblo de Dios, predispone a los fieles a aceptar con prontitud el pan genuino del Evangelio, rechazando el que está adulterado.

Vuestro esfuerzo evangelizador, respaldado por la oración y por la penitencia, y animado por el Espíritu Santificador, deberá conducir a la conversión, es decir, al retorno a la verdad y a la amistad con Dios de aquellos que, por haber perdido la gracia se hayan alejado de El; vuestra palabra y vuestro ejemplo han de ser estímulo para los cristianos rutinarios para salir de su estado; han de enfervorizar a las almas para que vivan con alegría el espíritu de las bienaventuranzas; han de suscitar vocaciones de hombres y mujeres que opten por una consagración total de sus vidas al servicio de Dios y de los hermanos.

5. En vuestro trabajo apostólico habréis de prestar una solicitud prioritaria a la conversión del corazón. ¿Por qué? Porque es del interior del hombre de donde procede todo aquello que le separa de su Creador y donde se construyen las barreras de división con sus hermanos (Mt 7, 20-23). “La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun en las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones del corazón del hombre no son saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven esas estructuras o las rigen” (Evangelii Nuntinadi, 36). He ahí el nervio de vuestra tarea misionera, donde nadie podrá sustituiros, ya que debéis ser colaboradores discretos del Espíritu Santo, “agente principal de la evangelización” (Ibíd., 75), en un trabajo que, por lo común, no llama la atención ni puede ser contabilizado con parámetros puramente humanos.

Ni el fracaso ni el éxito os induzcan nunca a olvidar vuestra vocación de servidores, dejando al Señor que dé el crecimiento cómo y cuándo El lo quiera (cf. 1Co 3, 7), imitando a la vez al Apóstol Pablo, que sabía pasar necesidad y vivir en la abundancia estando a todo y para todo bien enseñado: a la hartura y al hambre, a abundar y a carecer; y podía confesar con intrepidez “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 12-13).

Yo quisiera que, como fruto de nuestro encuentro, se avivara en vosotros la urgencia en corresponder a la gracia recibida y que, con renovado entusiasmo, empeñarais toda vuestra capacidad de amor en buscar la santidad a la que hemos sido destinados por la elección de Dios. Solamente si nos esforzamos por identificarnos con Cristo, podremos decir en verdad con el Apóstol: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Sólo entonces tendremos el valor necesario para construir la “civilización del amor”, un mundo más divino a la vez, movido por la fuerza irresistible de la caridad.

6. Si el bautismo es el momento decisivo de nuestro injerto espiritual en Cristo, la vida nueva que de él surge necesitará, para poder desarrollarse convenientemente, la savia continua de la gracia sacramental. Ante la posibilidad de una ruptura ulterior por nuestra parte, el Señor estableció el sacramento de la penitencia o reconciliación. Como bien sabéis, el Sínodo de los Obispos de 1983 estudió esta importantísima materia. En la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia encontraréis las orientaciones pastorales pertinentes. Debemos acercarnos frecuentemente a esta fuente de vida que es el sacramento de la reconciliación. Allí encontraréis siempre los brazos amorosos de Dios nuestro Padre, la paz verdadera que sólo Cristo puede dar y la renovación auténtica según la vida nueva del Espíritu.

A vosotros sacerdotes, como ministros de la reconciliación, os exhorto a cobrar un renovado aprecio por la celebración de este sacramento, en el que Jesús se vale de vosotros para llegar a lo más íntimo del corazón. No dejéis de estudiar y orar a fin de estar a la altura del ministerio de la pacificación del hombre con Dios, facultad tan inaudita, que hizo exclamar con estupor: “¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc 2, 7). Por esto, os pido que estéis siempre disponibles. No escatiméis el tiempo de vuestra dedicación a administrar este sacramento y a guiar a los fieles por el camino de la perfección. Pensad que Dios está siempre a la espera del hijo que vuelve a casa para ser perdonado y reconciliado por medio de vosotros. Y que vuestra misma experiencia de acercaros personalmente a este sacramento sea el mejor estímulo para vuestra dedicación pastoral, y un motivo ulterior para vivir continuamente vuestro “gozo pascual” (Presbyterorum Ordinis, 11).

7. Queridos hijos todos: Frecuentad el trato con el divino Maestro realmente presente en la Eucaristía. Sólo así podréis descubrir a los fieles el secreto de la vida cristiana. Son palabras del mismo Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Sed testigos del amor de Cristo Eucaristía: un amor que espolea a una generosidad sin límites y a una entrega sin reservas a El, y a través de El, a todo el que lo busca con sincero corazón. ¿Cómo podríais, si no, descubrir el significado de vuestra vida consagrada y el sentido de vuestra entrega total sin este diario e íntimo encuentro con Cristo?

Es necesario y urgente despertar y cultivar en los fieles la veneración de este sacramento inefable, su celebración en el sacrifico de la Misa y su recepción frecuente con la debida preparación. Si el crecimiento espiritual de los fieles se centra en la Eucaristía, está asegurada la vitalidad de la Iglesia. Por eso me ha llenado de gozo el saber que en 1988 os proponéis celebrar un “ Año Eucarístico ”. Siempre, pero de manera muy especial durante esa celebración, deberéis corresponder con vuestro amor a la entrega perenne de Jesucristo sacramentado, modelo de servicio a nuestro hermano. Por otra parte, el Año Mariano que pronto iniciará, os servirá de preparación para vivir en el Cenáculo con María (Hch 1, 14) y asociados como Ella al sacrificio redentor de Cristo actualizado en la Eucaristía.

8. En los últimos años ha sido subrayada con especial fuerza e insistencia, dentro de la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, la llamada “ opción preferencial por los pobres ”. Como sabéis, esta preferencia, puesta de relieve por el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 8), encontró inmediatamente una calurosa acogida en toda la Iglesia, y muy en particular en América Latina. No podía ser de otra manera, puesto que se trata del mensaje eterno del Evangelio. Así actuó Cristo (cf. Lc 4, 18); así lo hicieron los Apóstoles; y así lo ha vivido la Iglesia a lo largo de su historia dos veces milenaria.

Pero esta “opción”, por el hecho de ser “preferencial”, indica e implica que no debe ser exclusiva ni excluyente. El mensaje de salvación que Cristo nos trae está destinado “a toda creatura” (cf. Mc 16, 15). Es una “ opción ” que tiene su fundamento en la Palabra de Dios y no en criterios aportados por ciencias humanas o ideologías contrapuestas, que a menudo reducen los pobres a categorías económicas o socio-políticas. Ella, sin embargo, ha de realizarse mirando al hombre con una visión integral, es decir, con su vocación temporal y eterna. Y es ahí precisamente donde, a la luz de la Revelación, descubrimos que la pobreza más absoluta es la orfandad divina, consecuencia del pecado. Consiguientemente, la primera liberación que Cristo vino a brindar al hombre es la liberación del pecado, del mal moral que anida en su corazón y que, a su vez, es raíz y causa de las estructuras opresoras. Podréis acercaros eficazmente a los pobres y a sus problemas para iluminarlos según el Evangelio, si tenéis un corazón de pobre que sabe recibir la Palabra de Dios tal como es, y si adoptáis una vida de auténtico desprendimiento como seguimiento de Cristo.

9. Quienes como vosotros, sacerdotes y personas consagradas, han optado incondicionalmente por Cristo, deben ser siempre factores de unidad; nunca de división en nombre de determinadas concepciones ideológicas o políticas opcionales, por legítimas que fueren. Vosotros tenéis la responsabilidad de proclamar los principios éticos y morales, así como las aplicaciones concretas de los principios fundamentales que deben inspirar la actividad económica, social y política para que sean verdaderamente “humanas”; pero dejad a los laicos competentes y bien formados en su conciencia moral, la ordenación de los asuntos temporales, y no ocupéis su lugar abandonando el vuestro específico. Tal comportamiento no indica en modo alguno indiferencia por los problemas temporales, sino que es signo de un compromiso radical, que vosotros habéis aceptado por motivos superiores.

10. Me consta que muchos de vosotros, amadísimos religiosos y personas consagradas, tenéis una presencia cualificada en los diversos campos del apostolado eclesial: en las parroquias y comunidades, en los colegios y hospitales, en el mundo rural. Sé que trabajáis con los niños, con los jóvenes, con los ancianos, con los estudiantes, con los enfermos, con los pobres y marginados, y con muchas otras categorías de personas, todas ellas necesitadas de asistencia material y espiritual. Trabajad con alegría y entusiasmo en estos servicios y también en los cargos humildes y poco apetecidos que forman parte de toda la acción evangelizadora. No olvidéis que el amor de Dios pasa a través de vosotros, porque ha querido necesitar de vuestro corazón y de vuestras manos y de toda vuestra vida para prolongarse y acercarse a todos.

No sois pocos los que, por vocación, os dedicáis a la enseñanza en sus varios niveles, desde la escuela primaria y secundaria, hasta la misma Universidad Católica, de reciente fundación. La actividad educativa necesita del más amplio apoyo y generosa colaboración de toda la Iglesia local, para que la semilla sembrada pueda convertirse en árbol frondoso y produzca frutos sazonados y abundantes para bien de toda la sociedad uruguaya.

Grande es vuestra responsabilidad al dedicar vuestras energías a un campo de tanta trascendencia para el presente y el futuro de la vida de la Iglesia en vuestro país. Pensad que ella os ha confiado, a vosotros de manera especial, la inmensa tarea de la evangelización de la cultura en un mundo, que si por una parte parece cada vez más secularizado, por otra manifiesta que sin Dios la vida del hombre no tiene sentido. Sólo una cultura impregnada de esperanza cristiana, que sepa dar respuesta a estas inquietudes transcendentales del corazón humano, merecerá el nombre de “nuevo humanismo, en el que el hombre quede definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia” (Gaudium et spes, 55).

11. También se encuentran aquí presentes las religiosas de clausura procedentes de los varios monasterios, gracias a Dios existentes en el Uruguay. Sabed, queridas hijas, que ocupáis un lugar privilegiado en el corazón de la Iglesia, porque vosotras, al estilo de Santa Teresa de Jesús y de otras tantas almas contemplativas, sois como “el amor en el corazón de la Iglesia”. Vivid con la alegría profunda de saber que, a través de vuestra vida exigente y austera, sois también evangelizadoras “con misteriosa fecundidad apostólica” (Perfectae Caritatis, 7), ¡Gracias por vuestra oración y por vuestra entrega generosa desde el silencio del claustro!

Y vosotros, amados diáconos permanentes y seminaristas: Sabed que sois la hermosa esperanza de la Iglesia siempre joven. Estoy seguro que no la defraudaréis. Queridos seminaristas: Si tenéis la valentía de perseverar, mostrando vuestro gozo de haber sido llamados para ser signos y testigos del Buen Pastor, otros muchos jóvenes seguirán sin temor vuestro ejemplo de dedicarse plenamente al servicio de Dios y de la Iglesia para bien de los hermanos.

A las personas consagradas que pertenecen a Institutos seculares y Asociaciones de vida apostólica quiero alentarlas a proseguir su labor evangelizadora con siempre renovada generosidad y entusiasmo, viviendo la consagración en la secularidad, para impregnar del Evangelio las situaciones y estructuras humanas.

12. Al finalizar este gratísimo encuentro, encomiendo a todos y a cada uno de vosotros al cuidado maternal de María Santísima, Estrella de la Evangelización. A Ella, la Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, encomiendo también vuestros afanes apostólicos. Que vuestra Patrona, la Virgen de los Treinta y Tres, os ayude a vivir siempre fieles a vuestros compromisos e ideales, gozosos por hacer de vuestra vida, vaciada de todo egoísmo, una donación a Dios y a los hermanos.

Con estos deseos os imparto de corazón a vosotros y a todos vuestros hermanos y hermanas, mi Bendición Apostólica."

Discurso de JPII para Conmemorar los Acuerdos de Montevideo
Palacio Taranco de Montevideo, martes 31 de marzo de 1987 - also in Italian 

"Señor Presidente de la República y miembros del Gobierno, Señores Ministros de Relaciones Exteriores de Argentina, Chile y Uruguay, Excelencias, Señoras y Señores:

1. En estos momentos siento un gran gozo dentro de mí, al verme reunido con tantas ilustres personalidades en este lugar, que fue testigo de un memorable acontecimiento. Un acontecimiento histórico, que culminó años después con el triunfo de la buena voluntad y del entendimiento entre hombres y pueblos, y que, por lo mismo, será una página inolvidable de la historia de América Latina.

Como todos saben, entre dos países, hermanos por su origen y raíces históricas, por su fe, su lengua y su geografía, existían antiguas diferencias, que les llevaron en el año 1978 al borde de un conflicto armado.

Hoy damos fervientes gracias a Dios, y nos congratulamos todos, porque, en lugar de recurrir a la fuerza destructora de las armas, los responsables de aquellos dos pueblos tuvieron la grandeza de ánimo de optar por el diálogo y la negociación, decididos a superar las tensiones según criterios de equidad y. por encima de todo, a garantizar la paz.

Es justo en esta ocasión manifestar pública gratitud al Uruguay que, con actitud solidaria y constructiva, ofreció generosamente su suelo para que sobre él pudiera darse, con la firma de los dos Acuerdos de Montevideo en este Palacio Taranco, el primer paso en aquel camino que iba a exigir, hasta llegar a la meta, grandes dosis de buena voluntad, prudencia, sabiduría y tenacidad por parte de todos.

2. Fue aquella una opción abierta y decidida, en orden a buscar soluciones no violentas a los conflictos internacionales, y que honra a quienes la protagonizaron. Fue una lección práctica y convincente de que los hombres y las naciones, si en verdad lo quieren, pueden convivir en paz, haciendo prevalecer la fuerza de la razón sobre las razones de la fuerza. Fue la confirmación de que la historia no está regida por impulsos ciegos, sino que depende más bien, en su devenir, de las decisiones justas y responsables, adoptadas libremente por los hombres. Por consiguiente, la guerra no es algo fatídico e inevitable.

Hoy nos hemos dado cita en este Palacio Taranco precisamente para conmemorar lo acontecido en aquel 8 de enero de 1979, es decir, la reafirmación de los medios pacíficos para la solución de las controversias entre dos países y la renuncia explícita al uso de la fuerza.

Antes de visitar Chile y Argentina –como había prometido hacer al término de la Mediación que ambos países me solicitaron– he creído que era justo conmemorar aquel gesto de buena voluntad, primera etapa del camino hacia la paz

Deseo también en esta circunstancia rendir público homenaje a la memoria del cardenal Antonio Samorè, mi Enviado Especial en aquella ocasión, quien, con gran tacto y sentido de responsabilidad, supo perfilar y después consolidar en los ánimos el convencimiento y la necesidad de superar las barreras que habían ido surgiendo entre ambas naciones. En este Palacio, en el que gracias a sus esfuerzos, se reunió con los respectivos Cancilleres, se echaron los cimientos de la deseada paz.

3. Sobre esos cimientos, por el quehacer conjunto de ambos países y de la Santa Sede, se fue construyendo después, gracias al trabajo cotidiano de delegaciones competentes en la presentación y defensa de los legítimos intereses nacionales (y a la fiel competencia de cuantos fueron mis colaboradores en la Mediación), una realidad de paz consolidada y de prometedora colaboración. Realidad que quedó definitivamente plasmada en el Tratado de Paz y Amistad firmado el 29 de noviembre de 1984. Este Tratado, que entró en vigor el 2 de mayo sucesivo mediante el canje de los instrumentos de ratificación, justifica todavía más nuestra conmemoración de hoy, constituyendo en sí mismo una prueba evidente de que aquella apuesta por el diálogo y la negociación que Argentina y Chile hicieron en este Palacio fue el justo camino a seguir.

Sin limitarse al arreglo del diferendo inicial –que de por sí habría sido ya un resultado positivo–el Tratado consagra además la misma vía de diálogo, de negociación para la solución de nuevas posibles controversias Su texto incluye un compromiso solemne de preservar, reforzar y desarrollar los vínculos de paz y de amistad, así como una serie de cláusulas concretas encaminadas, antes de todo, a evitar que surjan controversias, a la vez que al mantenimiento y afianzamiento de las buenas relaciones entre ambas naciones. Además, Argentina y Chile consientes de que, a pesar de la mejor buena voluntad, podrían presentarse en el futuro algunas situaciones conflictivas, confirman la exclusión total del recurso a la fuerza y la obligación de solucionarlas únicamente por medios pacíficos: este solemne compromiso queda asegurado y facilitado con un detallado sistema para el arreglo pacífico de las controversias.

En este Palacio Taranco, en el que se sembró la semilla que produciría sazonados frutos de paz y de colaboración, me complazco hoy en resaltar, ante tan distinguida representación de la comunidad internacional, el valor doblemente ejemplar de ese Tratado, con el que las Partes supieron resolver un difícil y centenario diferendo y establecer además cauces de solución para los que en un futuro pudieran aparecer. En esta circunstancia, deseo renovar un apremiante llamado para que nadie desfallezca en la búsqueda tenaz de vías pacíficas para la solución efectiva y honrosa de los conflictos –abiertos o latentes, nacionales o internacionales– que actualmente existen en nuestro mundo. Ante quienes pretenden resolverlos a espaldas del diálogo y de la razón o mediante el uso de la fuerza, reitero ahora el voto ferviente que hice el día de la entrada en vigor del Tratado que conmemoramos: que el camino del diálogo y de la negociación sea la “senda por la que transiten los países que, por diversas controversias, se ven ahora enfrentados”.

No duden jamás quienes están tentados de servirse de la fuerza con finalidades que pueden parecer legítimas, que siempre hay posibilidades de negociación con vistas a verdaderas soluciones, honrosas y aceptables para todos.

E1 recurso a la fuerza, a la violencia, para intentar resolver situaciones conflictivas o de injusticia, a nivel internacional e incluso nacional, suele llevar consigo –además de otros graves inconvenientes– un coste elevado de vidas humanas, que lo descalifican como vía de solución. El camino que lleva de veras a la paz implica, por otra parte, una sincera voluntad de conseguirla, a la vez que la aceptación del interlocutor como portador de aspiraciones y propuestas a considerar, y no como un enemigo a subyugar o suprimir.

Al Señor, rico en misericordia, a quienes los cristianos invocamos como “ Príncipe de la paz ” (Is. 9, 6), elevo mi plegaria llena de esperanza para que en el corazón de todos los hombres pueda reinar la paz."

Homilía del Papa San Juan Pablo II en la Santa Misa
Explanada «Tres Cruces», Montevideo, Miércoles 1 de abril de 1987 - also in Italian 

"1. “El Señor es mi pastor” (Sal 23 [22], 1).

Estas palabras que la Iglesia proclama en la liturgia de hoy quieto repetirlas de nuevo para saludar cordialmente, en el nombre del Señor Pastor de nuestras almas, a todos los aquí reunidos en la capital del Uruguay.

Cuando en diciembre de 1978 se cernía sobre América del Sur la amenaza de una guerra, un Enviado mío, el Cardenal Antonio Samorè, estuvo precisamente aquí, en vuestra capital, donde gracias al auxilio divino y a la buena voluntad de los hombres, fue posible dar el primer paso de la mediación. Con la firma de aquel Acuerdo de Montevideo, los dos países, Argentina y Chile, se decidieron a caminar juntos por el sendero de la solución pacífica de una cuestión tan controvertida.

Con mi presencia en vuestra ciudad, durante esta visita pastoral al Cono Sur americano he querido, también, conmemorar la feliz conclusión del diferendo sobre la zona austral, y dar gracias, junto con vosotros, a Dios nuestro Señor. El es el Buen Pastor de los pueblos y de las naciones; El es el Buen Pastor de cada hombre

2. En su nombre, en el nombre de Jesucristo, saludo a toda la Iglesia que está en el Uruguay y a la entera sociedad de esta nación. En primer lugar, al Señor Presidente de la República y a las autoridades civiles del país aquí presentes. Saludo igualmente a los venerables y queridos hermanos en el Episcopado, al arzobispo de Montevideo y sus obispos auxiliares, y a los obispos diocesanos de Canelones, Florida, Maldonado-Punta del Este, Melo, Mercedes, Minas, Salto, San José de Mayo y Tacuarembó. Os saludo a todos, amadísimos hermanos y hermanas que, desde los cuatro puntos cardinales del Uruguay, habéis venido esta mañana en forma multitudinaria a esta explanada, denominada “ Tres Cruces ”, que fuera escenario de importantes acontecimientos en la historia de vuestra patria. Sé que muchos de vosotros habéis tenido que hacer un gran sacrificio para acudir a esta cita. Por eso, os digo de corazón: ¡Gracias, muchas gracias por vuestra presencia!

Aquí, a la sombra de la cruz imponente que preside este altar, sobre el que vamos a renovar de forma sacramental el Sacrificio redentor de Jesucristo en el Calvario, quiero desear a todos los presentes, y a todos los uruguayos, al norte y al sur del Río Negro, en cada uno de sus diecinueve departamentos, mi afectuoso saludo en el Señor: ¡Gracia y paz a la Iglesia de Dios que está en Uruguay!

3. Estamos celebrando el tiempo litúrgico de la Cuaresma. La Palabra de Dios guía hoy nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia el Hijo del hombre que personalmente anuncia, en presencia de los Apóstoles, su pasión, muerte y resurrección.

El dice que el Hijo del hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, morir y resucitar después de tres días (Mc 8, 31).

Al decir estas palabras, Jesús asume conscientemente los rasgos del Varón de dolores anunciado por el Profeta Isaías (Is 53, 2-3). Sabe con certeza absoluta que las palabras del Profeta se refieren al Mesías, a El mismo.

4. Hoy, en la lectura del Evangelio hemos escuchado a Jesús que pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. Le dan diversas respuestas, tras lo cual Jesús les interroga de nuevo: “ Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Respondiendo Pedro, le dice: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 27. 29).

Seguidamente, Jesús enseña a los Apóstoles que el Mesías es precisamente Aquel en quien se cumplirá la profecía de Isaías sobre el Varón de dolores.

Y cuando el mismo Pedro, que poco antes había dado un espléndido testimonio sobre el Mesías, se resiste a aceptar todo lo que Jesús dice acerca de su humillación y de su pasión, el Maestro le reprende con gran severidad: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Ibíd.. 8, 33).

En efecto, en aquellos momentos para Pedro el Mesías debía ser rey, una autoridad de este mundo. Debía sentarse sobre el trono de David y librar a la nación de sus opresores. Pedro hablaba con categorías humanas; pero los planes de Dios iban en otra dirección. En efecto, este Mesías, anunciado por el Profeta Isaías, había de convertirse en Varón de dolores, en un “ despreciado y abandonado por los hombres ”. El Mesías-Cristo-Redentor del hombre, había de cargar con nuestros sufrimientos; ser traspasado por nuestros sufrimientos; ser traspasado por nuestros delitos y aplastado por nuestras iniquidades (Is 53, 3-5).

Queridos hermanos y hermanas, Pueblo de Dios que vive en Uruguay: Meditad atentamente las palabras de la liturgia de hoy. Acoged la verdad divina sobre el Hijo del hombre. Ella tiene un poder salvífico; en ella está contenida la plena verdad sobre la liberación del hombre.

5. “El Señor es mi pastor”. Lo canta hoy la Iglesia en la liturgia aquí en Montevideo, en Uruguay, en todo el mundo... El Señor es nuestro Pastor: precisamente El, Cristo crucificado y resucitado, Redentor del hombre y del mundo.

Y la Iglesia, fundada por el mismo Cristo, continúa a través de la historia su obra redentora. Por eso, no puede contemplar la marcha de la humanidad o el devenir histórico de cada hombre, con indiferencia. Así lo enseña el Concilio Vaticano II, en las palabras iniciales de su Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual: “ El gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón ” (Gaudium et Spes, 1).

Esto no supone, sin embargo, que la Iglesia tenga ambición alguna terrena, puesto que lo único que pretende es continuar la misma obra salvífica de Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para condenar (Jn 18, 37), para servir y no para ser servido (Mt 20, 28; Gaudium et Spes, 3).

Fiel a su misión, la Iglesia debe proyectar, sobre los problemas que aquejan a la humanidad en cada momento de su historia, la luz limpia y pura que brota del Evangelio, siempre actual por ser Palabra de Dios. Y esto es lo que hace y lo que quiere seguir haciendo en cumplimiento del mandato recibido del mismo Cristo. Para ello pide sólo libertad, para que su voz pueda llegar sin obstáculos a todo aquel que quiera escucharla.

6. Queridos uruguayos: Vuestra patria nació católica. Sus próceres se valieron del consejo de preclaros sacerdotes que alentaron los primeros pasos de la nación uruguaya con la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, y la encomendaron a la protección de la Virgen que, bajo la advocación de los Treinta y Tres, hoy nos preside junto a la cruz. El Uruguay de hoy encontrará los caminos de la verdadera reconciliación y del desarrollo integral que tanto ansia, si no aparta los ojos de Cristo, Príncipe de la Paz y Rey del universo.

Y para que esta nación –la gran familia del Uruguay– sea siempre fiel al mensaje salvífico de Cristo, es preciso que la comunidad familiar célula básica de vuestra sociedad–no vuelva sus espaldas a Cristo, sino que sean –como se lo recordaba en Roma a vuestros obispos en su última visita “ad limina”– “familias unidas, sanas moralmente, educadoras en la fe, respetuosas de los derechos de cada persona, empezando por el respeto a la vida de cada criatura, desde el momento mismo de su concepción ” (A los obispos uruguayos en visita "ad limina apostolorum", 14 de enero de 1985, n. 6).

Hoy, por desgracia, no faltan quienes pretenden ofrecer a los matrimonios y a las familias una supuesta felicidad a bajo precio. Yo os pediría que no os dejéis engañar. Dejaos, más bien, iluminar por la Palabra de Dios, interpretada auténticamente por el Magisterio de la Iglesia, que posee garantía de veracidad, basada en la asistencia del Espíritu Santo que Cristo le prometió hasta el fin de los tiempos. La Iglesia no os propone una vía fácil: el cristiano, si quiere llegar a la resurrección, no puede desviarse del camino recorrido por el Maestro. Pero os garantiza, a cambio, la seguridad de ir por buen camino, porque nuestro guía es el Señor y El infunde en nuestros corazones la paz y la alegría que el mundo no puede dar.

Ante las dificultades que puedan surgir dentro de la vida conyugal, no os dejéis desorientar por el fácil expediente del divorcio que sólo da apariencias de solución, pues en realidad se limita a trasladar los problemas, agravándolos, hacia otros ámbitos. Los cristianos saben que el matrimonio, indisoluble por naturaleza, ha sido santificado por Cristo, haciéndolo participar del amor fiel e indestructible entre El y su Iglesia (Ef 5, 32). Frente a las tensiones y conflictos que puedan parecer, sobre todo cuando la familia está envuelta por un clima impregnado de permisividad y hedonismo, recuerde que “ está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la reconciliación, esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada ” (Familiaris Consortio, 21). De manera especial, mediante la participación en el sacramento de la reconciliación y en la comunión del Cuerpo de Cristo, las familias cristianas encontrarán la fuerza y la gracia necesaria para superar los obstáculos que atentan a su unidad (Ibíd..), , no olvidando además que el verdadero amor se acrisola en el sufrimiento.

7. Vaya también en este día mi palabra de aliento y de esperanza a vosotros, queridísimos jóvenes uruguayos. Es de todos conocido el afecto y el aprecio que nutro dentro de mí por la juventud. Lamento que, en esta visita, no me haya sido posible tener un encuentro especial con vosotros, que sois la esperanza de vuestro país v también de la Iglesia.

Os ha tocado vivir un tiempo difícil, es verdad, pero también no es menos cierto que estamos ante uno de los momentos más apasionantes de la historia, en el que vais a ser testigos y protagonistas de profundas transformaciones. Vosotros, los jóvenes, tenéis una sensibilidad única para intuir el mundo nuevo que se aproxima v que va a necesitar de vuestros brazos jóvenes y generosos.

Para la construcción de ese mundo tendréis que emprender grandes tareas. Si queréis ser consecuentes con vuestros legítimos ideales y no claudicar, no podéis menos de ser ya desde ahora audaces, pacientes y sinceros con vosotros mismos, y tener una fe inquebrantable.

Sabéis que el hombre ha recibido de Dios esa vocación que es única: la del amor, que puede ser realizada en el matrimonio o en la donación total de sí mismo por el reino de los cielos. En ambos casos, la fidelidad es la virtud que ennoblece el amor.

Tendría todavía muchas cosas que deciros... y. sobre todo, me gustaría mucho escucharos; escuchar de vuestros labios cuáles son vuestras ilusiones e inquietudes, vuestros problemas y dificultades. De todos modos espero veros a muchos de vosotros el Domingo de Ramos, en Buenos Aires. Allí celebraremos el Día mundial de la Juventud con jóvenes llegados de los cinco continentes, y en particular de este gran “ continente de la esperanza ”, que es América Latina.

8. Queridos hermanos y hermanas: En esta primera etapa de mi viaje apostólico al Cono Sur americano, deseo también yo, como San Pablo, doblar “mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda paternidad en los cielos y en la tierra” (Ef 3, 14-15), pues mi peregrinación tiene –en este caso– un particular significado de acción de gracias a Dios porque fue posible evitar la guerra y asegurar la paz en el diferendo sobre la zona austral entre Chile y Argentina.

Recuerdo aquellos últimos días del año 1978 y comienzos de 1979, tan cargados de tensión para los ciudadanos de estas dos naciones y en cierto modo, para todos los habitantes de América Latina. Fueron jornadas de gran preocupación. Fue entonces cuando, con la confianza puesta en Dios, sentí el impulso de llevar a cabo aquel gesto de paz, arriesgado y al mismo tiempo esperanzador.

9. En este día venturoso doy gracias al Altísimo, en íntima unión con los Pastores y los fieles de esta querida Iglesia particular, y a la vez os pido que recéis intensamente por la paz de toda América. Recemos por la justicia social e internacional, que son condición de una paz verdadera. Pidamos a Dios que se respeten los derechos de los hombres, de los pueblos y de las naciones de todo el mundo, cada país y cada continente de este nuestro mundo que debe ser verdaderamente un mundo siempre más humano.

Y a vosotros, queridos habitantes de esta capital y de esta tierra, que hoy me acogéis como Sucesor de Pedro, os deseo, con las palabras del Apóstol, que Cristo habite, mediante la fe, en vuestros corazones: que podáis conocer cada vez mejor el amor de Cristo que excede todo conocimiento; que os llenéis de toda plenitud de Dios (Ef 3, 17-19).

Y a Aquel que contemplamos, mediante las palabras de la liturgia cuaresmal, como Varón de dolores, nuestro Redentor, Príncipe de la Paz, crucificado y resucitado; a Aquel que, según el poder que ya obra en nosotros, puede hacer mucho más de cuanto podemos pedir y pensar, a El la gloria en la Iglesia y en los corazones de los hombres de buena voluntad, por todas las generaciones (Ibíd.. 3, 20-21). Amén."

Discurso del Papa San Juan Pablo II en la Ceremonia de Despedida
Aeropuerto «Carrasco» de Montevideo, Wedneaday 1 April 1987 - also in Italian 

"Señor Presidente, queridos hermanos en el Episcopado, autoridades,
queridos hermanos y amigos de Uruguay:

1. Al concluir mi breve e intensa visita apostólica a vuestra patria tengo que confesar que el Papa y los uruguayos han sabido entenderse perfectamente. Me llevo en el corazón el buen recuerdo de una calurosa acogida y de una grata estancia entre vosotros, jalonada de exquisitas muestras de amor y devoción al Sucesor de San Pedro. Gracias por todo. Gracias por vuestra hospitalidad que es ya una invitación para volver a visitaros con más tiempo.

Juntos hemos celebrado nuestra fe escuchando la Palabra del Evangelio, en presencia de Cristo, y hemos unido nuestra plegaria a la oración unánime de la Iglesia. Por todo ello doy gracias al Señor. Quiero dejar constancia de mi alegría por el encuentro con los sacerdotes, religiosos y religiosas en la catedral de Montevideo; ha sido un momento fuerte de comunión eclesial con el que he querido renovar en todos los que de cerca siguen y sirven a Jesús, el gozo de estar consagrados a la extensión de su reino. ¡Ojalá este encuentro del Papa con el clero y las personas consagradas sea también fecundo para el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas en la Iglesia de Uruguay!

La celebración eucarística, entusiasta y multitudinaria, en la explanada “ Tres Cruces ” ha congregado idealmente junto al Papa y los obispos de Uruguay a toda la Iglesia de esta nación, con sus respectivas diócesis, con sus representantes. En la Eucaristía, misterio de comunión, vínculo de unidad, la Iglesia crece y se renueva porque participa de la vida de Cristo.

Ha sido para mí un gran gozo el poder conmemorar en Montevideo la feliz conclusión del diferendo entre Chile y Argentina; he querido también con ello, honrar la actitud asumida por Uruguay al prestar su apoyo y colaboración a la Mediación Papal en la superación de las tensiones, dando así prueba de su vocación pacífica y pacificadora.

2. Sé que la Iglesia en Uruguay está comprometida en una intensa tarea de evangelización y dedicada al servicio incondicional de sus hijos y de la sociedad. La comunidad eclesial, con la fuerza inspiradora que le viene del Evangelio, es a su vez garantía de auténtico progreso humano de cara al futuro de la nación.

Por eso, al despedirme, quiero exhortar a los Pastores de la Iglesia en Uruguay y a todos los católicos a perseverar en esta tarea de evangelización, aun en medio de las dificultades con que puedan encontrarse. En todas las épocas, y particularmente en la nuestra, es cometido fundamental de la Iglesia orientar la conciencia y los pasos de la humanidad hacia Cristo, acercar al hombre hasta el misterio de la redención. De esta forma los hijos de la Iglesia adquieren la convicción de estar realizando una auténtica actividad renovadora, la cual desde la esfera más profunda de la persona humana revierte en una nueva forma de ser y de obrar. La Iglesia es también hoy en Uruguay un factor de esperanza y de renovación de la sociedad en sus más hondas aspiraciones morales.

Cuando está para cumplirse el V centenario del comienzo de la evangelización del Nuevo Mundo, os aliento a ser fieles a vuestra historia y a vuestra cultura en el seno de la gran familia latinoamericana, marcada por la gracia del Evangelio, por la fuerza de la fe, por su unidad con la Sede Apostólica y por su comunión con toda la Iglesia universal.

Sed fieles a Cristo, Redentor del hombre y esperanza de toda la humanidad. Que su mensaje penetre en la vida de las personas y de las instituciones, como garantía de un auténtico humanismo, fundado en los más altos valores de la conciencia humana, iluminada por la luz del Evangelio, germen de libertad y de elevación moral de los individuos y de la sociedad.

3. Gracias, Señor Presidente, por haberme invitado a venir a su país. De este modo he tenido ocasión de conocer mejor a los queridos “ orientales ” y me voy con la convicción de que Uruguay seguirá ofreciendo sus suelos a iniciativas que promuevan la armonía y el entendimiento entre los pueblos latinoamericanos.

En el momento de mi despedida, quiero expresar también mi más profundo agradecimiento a las demás autoridades civiles y militares, así como a las diversas entidades públicas que, en estrecha colaboración con los representantes de la Iglesia, han brindado toda clase de facilidades para que esta visita pastoral alcanzara sus objetivos.

Las más rendidas gracias a todos mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles y en general a todas y cada una de las instituciones católicas, que con tanta generosidad y entusiasmo han trabajado en la preparación de este encuentro con el Sucesor de San Pedro.

Gracias también a todos los que con su oración y sufrimiento en el silencio han contribuido a que esta jornada eclesial sea fecunda con el auxilio divino para la vida de vuestra nación.

¡Permaneced fieles a vuestra vocación cristiana! ¡Sed testigos de Cristo y de su Evangelio! Sobre todo, vosotros, jóvenes católicos de Uruguay, que sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. ¡Cristo confía en vosotros!

Con la mirada puesta en la Virgen María, que vos uruguayos invocáis con el título de Virgen de los Treinta y Tres, os encomiendo a su maternal intercesión para que la semilla del mensaje sembrado fructifique en la fértil y noble alma uruguaya.

¡Gracias, Uruguay, por tu hospitalidad! Me despido con el propósito de volver otra vez.

¡Que la paz de Cristo dé en ti frutos abundantes de justicia y amor en la libertad!"